La Asamblea General de la ONU, celebrada los días 22 y 23 de septiembre en Nueva York, fue escenario de intensos debates y anuncios diplomáticos que marcaron la pauta de la política internacional. La jornada estuvo dominada por el creciente impulso al reconocimiento de Palestina como Estado soberano y por el polémico discurso del presidente estadounidense Donald Trump, quien arremetió contra las instituciones globales y la propia eficacia de las Naciones Unidas. Estos dos ejes centrales generaron un clima de expectativa y controversia entre los líderes mundiales presentes.
Un momento clave de la cumbre fue la ola de reconocimientos al Estado palestino por parte de varias naciones. Francia, en un gesto diplomático significativo, anunció formalmente su decisión de reconocer a Palestina, siguiendo los pasos de Bélgica, Luxemburgo, Malta, Andorra y San Marino. Estos países se sumaron a otros como Australia, Reino Unido, Canadá y Portugal, que ya habían dado este paso en los días previos a la asamblea, elevando a 157 el número total de naciones que reconocen a Palestina. Líderes como el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro español Pedro Sánchez defendieron la urgencia de la solución de dos Estados, argumentando que es una responsabilidad histórica y un derecho inalienable del pueblo palestino, además de ser crucial para la paz en Oriente Medio. El secretario general de la ONU, António Guterres, también enfatizó la necesidad de aceptar los dos Estados para lograr una paz duradera, condenando la violencia y pidiendo un alto el fuego inmediato en Gaza.
En contraste con este consenso emergente, el presidente Donald Trump pronunció un incendiario discurso cargado de críticas hacia el multilateralismo y las instituciones globales. Desde la tribuna de la ONU, Trump calificó a la organización de ineficaz y arremetió contra el reconocimiento de Palestina, considerándolo un “premio demasiado alto para los terroristas de Hamás”. Su alocución, que duró aproximadamente 55 minutos, sirvió para reiterar su agenda de “América Primero”, denunciando lo que llamó “la mayor estafa del mundo” en referencia a la lucha contra el cambio climático y criticando duramente las políticas de migración y energía verde de Europa, a la que advirtió sobre un futuro de devastación si no cambiaba de rumbo. Trump también destacó los supuestos éxitos de su política exterior en su segundo mandato, a pesar de sus críticas previas a la ONU.
El mandatario estadounidense no solo cuestionó el papel de la ONU en la resolución de conflictos, sino que también hizo un llamado a “contener las amenazas contra nuestro planeta”, señalando a Irán como un eje fundamental en la proliferación nuclear. Pese a sus duras palabras contra la organización, Trump mantuvo una reunión bilateral con el secretario general António Guterres, en un tono radicalmente diferente. Durante este encuentro, Trump aseguró que Estados Unidos apoyaba a las Naciones Unidas “al 100%”, un giro que sorprendió a muchos observadores, dada la vehemencia de su discurso público. Guterres, por su parte, subrayó el papel “esencial” de Estados Unidos en la organización y elogió a Trump por trabajar en pro de “la paz”.
La cumbre de Naciones Unidas no solo puso de manifiesto las profundas divisiones en temas cruciales, sino también la complejidad de los desafíos globales. Mientras una parte significativa de la comunidad internacional avanza hacia un mayor apoyo a la autodeterminación palestina, la retórica nacionalista y las críticas a las estructuras multilaterales continúan resonando en foros de alto nivel. La coexistencia de estos dos enfoques subraya la tensión inherente en la búsqueda de soluciones a problemas como el conflicto Israel-Palestina, la crisis migratoria y el cambio climático.
En este panorama global, la 80ª edición de la Asamblea General de la ONU reitera la relevancia de estos encuentros como plataforma para el debate, la diplomacia y la búsqueda de consensos. Los discursos pronunciados y las posturas adoptadas por los líderes mundiales no solo reflejan las prioridades actuales de sus respectivas naciones, sino que también delinean las futuras dinámicas de la cooperación internacional. La resolución de los conflictos y la construcción de un orden mundial más estable dependerán, en gran medida, de la capacidad de los Estados para trascender sus diferencias y encontrar puntos de convergencia en este complejo tablero geopolítico.
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