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Vajraputra, el arhat sonriente con el león

Vajraputra, el arhat sonriente con el león

Sebastián Lomelí – Pluma invitada

U
na de las tradiciones más importantes y bellas que la historia del arte ha conocido es sin lugar a dudas el budismo o budadharma El fundador de la doctrina, Sidarta Gautama, nacido aproximadamente hace unos 2500 años en la actual Nepal, al pie de la cordillera del Himalaya, ha provocado diferentes formas de expresión artística a lo largo de los siglos.

El arte budista es uno de los legados espirituales y artísticos más importantes para la historia humana debido a la belleza y la profundidad del pensamiento filosófico y religioso al que pertenece. Ha tomado todo tipo de formas desde la literatura y la pintura, hasta la escultura y la arquitectura.

Una muestra de lo anterior es una pieza deliciosa, tallada en madera en el siglo XIX. Se trata de una escultura coreana perteneciente a la dinastía Joseon y que actualmente pertenece al Museo del Condado de los Ángeles (puedes conocer una imagen de la obra en este link https://www.facebook.com/nebulatacama/photos/el-es-arhat-vajraputra-su-nombre-significa-hijo-del-truenoy-fue-cazador-de-leone/251692098824891/).

 Esta pieza maestra del budismo coreano representa a un cazador de leones llamado Vajraputra de quien se cuenta que una vez que alcanzó un profundo entendimiento de la verdadera naturaleza del mundo decidió dejar de cazar: “cuando se convirtió en arhat, un pequeño león se le acercó en agradecimiento de su esfuerzo por haber dejado de matar animales. Desde entonces Vajraputra y el pequeño león se volvieron inseparables[1]”. Por ello también se conoce a esta talla como el arhat sonriente con el león.

La historia del cazador Vajraputra y la conmovedora escena de amistad con el pequeño león esta llena de ternura y belleza, ilumina el corazón y lo hace feliz. Esto es precisamente una de las intenciones del arte budista: producir en el espectador alegría. La escultura budista despierta en quien lo contempla la compasión, la meditación profunda de la existencia, nos conecta con el mundo exterior y con nuestro inconsciente, con nuestras facultades ocultas, hondo, dentro de cada uno de nosotros.

La historia que representa esta escultura es una invitación a reflexionar acerca de la forma en que nos relacionamos con el universo y los seres que lo habitan, sean humanos, plantas, ríos, montañas, animales o insectos. En nuestras sociedades corporativas mucho se ha perdido del respeto hacia la vida sin embargo las antiguas tradiciones siguen estando allí, nos siguen acompañando para recordarnos que debemos vivir con respeto hacia todas las formas de vida.


[1] Stephen Little, et.al., Las huellas de Buda, México, INAH, 2018, p. 152.

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