Llega el Año Nuevo y con él la gran fiesta que lo acompaña. La festejación del Año Nuevo se relaciona con la alegría de poder volver a comenzar de nuevo, digamos, de tener otra oportunidad para lograr nuestros sueños, realizar nuestras metas. Con el inicio de año las esperanzas y los propósitos de las personas se renuevan.
Este entusiasmo favorece la práctica de las más diversas acciones para favorecernos un excelente comienzo de año. Para conseguir triunfos en el amor, alcanzar éxito laboral o salud plena, los mexicanos contamos con una amplia gama de rituales: desde la decoración de la cena de Noche Vieja, hasta el color de nuestra ropa interior, buscamos con ansiedad un modo de iniciar con energías renovadas y desde el comienzo, una mejor existencia.
Estas actitudes religiosas contemporáneas, quizá deterioradas o malogradas, tienen su origen en nuestra remota herencia espiritual. En las llamadas religiones arcaicas o tradicionales (del tipo de las sociedades aborígenes de Norteamérica, de Australia, de Polinesia) la festejación del Año Nuevo recibe con alegría la regeneración del mundo. Pero esta visión va más allá. Para estas sociedades, dotadas de un profundo pensamiento religioso, el comienzo del Año es una situación de la que se es parte. A través de los mitos y los rituales que lo acompañan los humanos pueden participar simbólicamente en la aniquilación y en la recreación del mundo.
En las sociedades arcaicas el Año Nuevo era la repetición de la cosmogonía, es decir, del origen del mundo. Este comenzaba de nuevo y todo lo que contenía se renovaba. “El hombre era a su vez creado de nuevo”, dice Mircea Eliade, “renacía porque comenzaba una existencia nueva”. Y continúa: “Simbólicamente, el hombre se hacia contemporáneo de la cosmogonía, asistía a la creación del mundo”, se encontraba en presencia de los dioses.
Participando en el fin del año, o del mundo, (en algunos pueblos originarios como algonquinos y sioux la palabra año y mundo son equivalentes) y en su creación, el hombre nace de nuevo, recomenzando su existencia con una renovada fuerza vital, sin ningún asomo de deterioro. ¿No esto lo que nosotros también buscamos al iniciar un nuevo año, un nuevo comienzo?
Lo anterior una forma de actitud existencial, un modo de habitar este mundo de transición. El pensamiento religioso arcaico nos ofrece una alternativa ante los actuales paradigmas de nuestras sociedades, confundidas por el mundo de los fenómenos y cuya ciencia no ha podido aplacar ni ser consuelo de sus inquietudes.
Tanteando y a ciegas la humanidad se alejó de la Naturaleza, grandes porciones de civilización olvidaron su herencia ancestral. El conocimiento religioso se degeneró y hoy el Año Nuevo ha perdido su antiguo poder. Si embargo aún estamos a tiempo de volvernos conscientes de nuestra propia sacralidad y de la del tiempo-espacio, quiero decir, del universo.
(1) Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano”, España, Paidós.
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