El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, volvió a poner a Groenlandia en el centro del tablero geopolítico al insistir que su país “necesita controlar la isla por motivos de seguridad nacional” y que “tenemos que tenerla”, lo que reavivó la tensión con Dinamarca y con el propio gobierno groenlandés. En declaraciones ante la prensa en Florida, el mandatario afirmó que su interés no obedece a los minerales ni a los recursos energéticos, sino a la posición estratégica de la isla en el Ártico frente a la presencia de buques rusos y chinos en la zona.
Trump vinculó esta nueva ofensiva política con el reciente nombramiento del gobernador de Luisiana, Jeff Landry, como enviado especial para Groenlandia, cargo que, según dijo, tendrá como misión avanzar en la idea de que la isla se convierta “en parte” de Estados Unidos. El presidente acusó además a Dinamarca de “no invertir nada” en Groenlandia y de “no tener protección militar adecuada” para el territorio autónomo, sugiriendo que Washington debería asumir un papel mayor en su defensa.
La respuesta desde Nuuk fue inmediata. El primer ministro groenlandés, Jens-Frederik Nielsen, publicó un mensaje tajante en el que recalcó que “Groenlandia es nuestro país. Nuestras decisiones se toman aquí”, y lamentó que el discurso de Washington reduzca a la isla a una mera “cuestión de seguridad y poder”. Nielsen subrayó que el pueblo groenlandés cuenta con una larga historia, una cultura propia y una democracia vibrante, y que su derecho a la autodeterminación y a la integridad territorial está protegido por el derecho internacional.
Dinamarca respaldó plenamente la postura de Groenlandia. La primera ministra Mette Frederiksen reiteró que “no se puede anexar otro país, ni siquiera con el argumento de la seguridad internacional”, y reclamó a Estados Unidos respeto por las fronteras del Reino de Dinamarca. Desde la Unión Europea, el gobierno de Emmanuel Macron y otros líderes europeos recordaron que Groenlandia es territorio europeo y pertenece a los groenlandeses, y expresaron su solidaridad con Copenhague ante lo que consideran una presión inaceptable de Washington.
Trump defendió su posición argumentando que el interés en Groenlandia responde a la competencia estratégica en el Ártico, donde el deshielo abre nuevas rutas de navegación y multiplica la relevancia de bases militares y radares en la región. El presidente afirmó que la anexión de la isla “sucederá” tarde o temprano y que sería positiva no solo para Estados Unidos, sino para la “seguridad internacional”, pese al rechazo frontal de las autoridades locales y danesas.
Analistas consultados por medios europeos advierten que el tono adoptado por Trump, sumado al nombramiento de un enviado especial y a la retórica sobre “tener” Groenlandia, eleva la tensión diplomática y alimenta el temor a que Washington recurra a presiones económicas, militares o informativas para influir en la isla. Para Nuuk y Copenhague, el desafío es defender la autonomía y el derecho a decidir de los groenlandeses, mientras se multiplican las señales de que el Ártico se consolida como uno de los principales frentes de la rivalidad entre potencias.



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