Una ofensiva relámpago de grupos rebeldes ha derrocado al régimen de Bashar Al-Assad, poniendo fin a más de cinco décadas de dominio de la familia Assad en Siria. El domingo 8 de diciembre marcará un punto de inflexión histórico en el conflicto que ha desgarrado al país durante 14 años de guerra civil.
La caída del régimen se produjo tras una campaña militar de apenas diez días, liderada por el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Los rebeldes avanzaron rápidamente desde Alepo hasta Damasco, tomando ciudades estratégicas como Hama, Homs y finalmente la capital siria. El colapso del ejército sirio fue sorprendentemente rápido, con soldados abandonando sus posiciones sin oponer resistencia significativa.
Bashar Al-Assad, quien había gobernado Siria con mano de hierro desde 2000, huyó del país en un avión privado la noche del sábado 7 de diciembre con rumbo a Moscú, Rusia. Su salida marca el fin de una dinastía que comenzó con su padre Hafez Al-Assad en 1970. Los rebeldes ya controlan Damasco y han liberado prisioneros políticos, incluyendo la emblemática prisión de Sednaya, símbolo de la represión del régimen.
El derrocamiento tiene implicaciones geopolíticas significativas. Rusia e Irán, principales aliados de Assad, han perdido su influencia en Siria. El líder kurdo Mazlum Abdi describió este momento como una «oportunidad para construir una nueva Siria basada en la democracia y la justicia». Sin embargo, el futuro del país permanece incierto, con múltiples facciones disputándose el poder.
Los expertos comparan la caída de Assad con la revolución iraní de 1979, destacando el rápido colapso de un régimen que parecía inamovible. La unificación de las fuerzas de oposición y el abandono de los aliados internacionales fueron factores cruciales en este desenlace histórico que promete reconfigurar el mapa político de Medio Oriente
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